
Por Stefan Molyneux
El contrato social es la idea de que los ciudadanos que viven en un país deben obedecer al gobierno, y que permanecer en el país, teniendo derecho al voto, constituye una forma de “contrato” voluntario entre el ciudadano y el gobierno.
Por lo tanto, el Contrato Social es:
-Geográfico (específico de cada país)
-Unilateral (del estado al ciudadano, en términos de impuestos, leyes, etc.)
-Implícito (no se firma; no es un acuerdo formal, como por ejemplo una hipoteca)
Ahora bien, toda metodología que se proclama válida debe estar sujeta a sus propias condiciones. Un ejemplo de esto: “en Derecho, nadie está por encima de la ley.”
El método científico – a diferencia de la revelación religiosa – debe someterse a sí mismo al método científico. Si comparamos los resultados que derivan de aplicar el método científico con los de otras formas de “conocimiento”, estamos sometiendo el método científico a sí mismo. La lógica y la evidencia deben someterse a sí mismas a la lógica y la evidencia, atendiendo a la coherencia de las proposiciones y a la realidad.
Así, el ateísmo no puede proclamar como autojustificación que dios le ha dicho a un ateo que dios no existe. Eso sería una contradicción en los propios términos.
El gobierno se postula a sí mismo como el máximo y único organismo de justicia en un territorio, y afirma que su justificación es el Contrato Social. Por lo tanto, el Contrato Social tiene que ser el mejor y el más virtuoso de los contratos existentes, puesto que constituye la raíz de todos los contratos que el estado obliga a cumplir. Y lo opuesto al Contrato Social tiene que ser injusto e inmoral – esto es lógica elemental: si A es justo, anti-A debe ser injusto.
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